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miércoles, 19 de agosto de 2009

Ella y sus manos


Había un rosal , en el jardín de aquella casa,
que año tras año, de flores bellas se engalanaba.
Iban sus ramas, creciendo alto buscando el cielo
y por la blanca pared de cal, se deslizaban.
Mientras sus rosas multicolores,
a quien las viera, encandilaban.
Eran sus manos que con esmero las cultivaba.
Era por eso, que le pedían:
-Doña María, me corta un brote?,
porque creían, que únicamente viniendo de ella,
enraizaban.
Y generosa, dulce y sonriente,
les complacía.

Cuando en las tardes el sol de enero,
a Buenos Aires lo desollaba,
mi padre entonces, bajo una fresca sombra de parra,
se recostaba.
Y ella en silencio, pendiente siempre,
de los detalles de aquella casa,
no descansaba.
Y en su jardín, que era su orgullo,
entre sus rosas, entre sus plantas,
yo la encontraba.
Había tanto amor en su ser,
que su mirada, a la belleza de aquellas flores,
siempre opacaba.

¡Ay si pudiera volver de nuevo a aquellos días!
En que era tan feliz y todo lo tenía.
Poder de nuevo, oír su voz nombrarme,
y en sus ojos grises, traslúcidos, mirarme.
Allí en su jardín, de plantas florecidas,
que con sus manos y con su esmero,
se embellecían.

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